Presente en mí
Te recuerdo vagamente, sentado, con las piernas cruzadas, devorando el crucigrama de un periódico fielmente revisado. El pelo canoso, y la mirada tranquila, propia de quien descansa de un largo camino. Imagen solitaria, que de un tiempo a esta parte con insistencia vuelve a mí.
Tu hija me ha hablado mucho de ti. Palabras amorosas, llenas de cariño, y también de una entrañable admiración. Te presentas como una figura lejana, misteriosa. Realmente, no llegué a conocerte. Lo lamento. Sabes que ver no es conocer. De tu persona sólo he conservado un vestigio borroso, pobre en detalles. Porque era yo aún un crío cuando tú marchaste para ya no poder volver.
Ella me cuenta con añoranza tus gestos, llenos de franqueza. Que elegiste la senda de la sinceridad, tan difícil de tomar. Tocaron tiempos difíciles por vivir. Fuiste un testigo tristemente privilegiado de aquella orgía de odio, de aquella guerra fraticida. Un infierno que estuvo a punto de acabar con tu vida, al filo de la muerte estuviste.
Sobreviviste, y como tantos otros te viste obligado a callar durante demasiado tiempo. Pero nunca pretendiste inculcar a tus hijos ninguna idea política: preferiste que anduvieran ellos su propio camino. No quisiste encerrarles con tu experiencia. Únicamente un consejo: que supieran valorar su libertad.
Ella me confía que, en un mundo muy complicado, jamás abandonaste tu deseo de aprender. Hoy, cuando me observa con un libro entre manos, no tarda en decirme: “cómo me recuerdas a él”. Cuántas veces he escuchado esa frase al hablar con ella. Y debo confesarte que me sonrío y me siento orgulloso. Me hace sentir más unido a ti.
No sabes, abuelo, cuánto me gustaría sentarme a charlar contigo, a sabiendas de que no es posible. Es emocionante tanto afecto por alguien que apenas conocí. Sí, me encantaría contarte un montón de cosas, compartir un sinfín de inquietudes. Ojalá pudiera escucharte, y saber más de ti. ¿Cómo fue tu vida?
Tu hija me ha hablado mucho de ti. Palabras amorosas, llenas de cariño, y también de una entrañable admiración. Te presentas como una figura lejana, misteriosa. Realmente, no llegué a conocerte. Lo lamento. Sabes que ver no es conocer. De tu persona sólo he conservado un vestigio borroso, pobre en detalles. Porque era yo aún un crío cuando tú marchaste para ya no poder volver.
Ella me cuenta con añoranza tus gestos, llenos de franqueza. Que elegiste la senda de la sinceridad, tan difícil de tomar. Tocaron tiempos difíciles por vivir. Fuiste un testigo tristemente privilegiado de aquella orgía de odio, de aquella guerra fraticida. Un infierno que estuvo a punto de acabar con tu vida, al filo de la muerte estuviste.
Sobreviviste, y como tantos otros te viste obligado a callar durante demasiado tiempo. Pero nunca pretendiste inculcar a tus hijos ninguna idea política: preferiste que anduvieran ellos su propio camino. No quisiste encerrarles con tu experiencia. Únicamente un consejo: que supieran valorar su libertad.
Ella me confía que, en un mundo muy complicado, jamás abandonaste tu deseo de aprender. Hoy, cuando me observa con un libro entre manos, no tarda en decirme: “cómo me recuerdas a él”. Cuántas veces he escuchado esa frase al hablar con ella. Y debo confesarte que me sonrío y me siento orgulloso. Me hace sentir más unido a ti.
No sabes, abuelo, cuánto me gustaría sentarme a charlar contigo, a sabiendas de que no es posible. Es emocionante tanto afecto por alguien que apenas conocí. Sí, me encantaría contarte un montón de cosas, compartir un sinfín de inquietudes. Ojalá pudiera escucharte, y saber más de ti. ¿Cómo fue tu vida?
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