miércoles, mayo 14, 2008

Un límite


La denuncia interpuesta por Telma Ortiz contra cincuenta medios de comunicación ha vuelto a sacar a la palestra la eterna disputa. Por enésima vez, volvernos a preguntarnos: ¿dónde están los límites entre el derecho a la información y el derecho a la intimidad?

Es un debate que siempre genera pasiones encontradas, pero que nunca se sitúa en el punto donde debería hallarse. Y es que tras una fuerte eclosión, suele diluirse en los motivos triunfantes del dinero. Porque no nos olvidemos: hay quien gana una buena fortuna con este próspero negocio de la llamada “prensa del corazón”, que no es otra cosa que vender un tipo peculiar de entretenimiento con, dependiendo del caso, una más o menos dosis de mal gusto. Producto que se compra, vaya si se compra. De no ser así, no se vendería.

No voy a poner aquí en cuestión el trabajo que realizan los profesionales de esa prensa a la que hacíamos mención antes. Como en todo, hay que saber distinguir el grano de la paja. Por suerte, tenemos ya suficiente experiencia para reconocer dónde está la paja. De nuevo, estamos ante un caso que afecta a la misma esencia de esta vieja tarea de informar: ¿qué es periodismo?

Es cierto que el oficio periodístico abarca un sinfín de desempeños. Hace periodismo quien escribe un editorial en el New York Times, quien trabaja en un periódico local, quien dirige un programa de radio, quien realiza un reportaje en una zona en conflicto, y también, aunque con matices, quien forma parte de un programa de entretenimiento. Pero cuando los medios demandados por Telma Ortiz se defienden apoyándose en el derecho a la información, conviene detenerse, y de una vez por todas fijar cotos a los conceptos. Esto no es un campo infinito, sin barreras de ninguna clase.

La fiscalía echa mano de una anterior sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, donde se establecía que “quien entra voluntariamente en la escena pública no puede pretender ser una persona con derecho al anonimato”. Desde luego, no se puede decir que no esté bien traída la referencia. Pero denota cierta maldad. No sirve para hablar del caso de Ortiz. Ella no ha pedido entrar en la notoriedad pública. Ha venido por accidente, pues es la hermana de la princesa, y probablemente futura reina de España.

En los últimos años, y especialmente a raíz del éxito de ciertos programas televisivos, se ha extendido la idea entre los espectadores y las productoras de televisión, de que todo vale. El problema es que hay muchos personajes famosos que se han lucrado con esta carrera sin freno hacia el despropósito. A ellos se refiere el Tribunal Europeo, a quienes han conseguido crear confusión en torno al concepto de interés público. Y por ellos se entiende que deban pagar otros, que otros también deban entrar en el juego. Pero afortunadamente no es así.

¿Derecho a la información? No, en esta ocasión nadie está intentando atentar contra él. Dejemos esta causa para otras batallas más justas. Ya está bien de complacencia. Y, aunque consciente de que no sea una opinión políticamente correcta, me alegro del paso adelante dado por Ortiz. En un asunto en el que no está previsto lograr un acuerdo, por los muchos intereses que se cruzan, la única manera de llegar a una solución será sentando jurisprudencia. Poco a poco nos iremos entendiendo. Carolina Pina, abogada y socia del despacho de Garrigues, declaraba a El País el pasado 11 de mayo: "La libertad de prensa y el derecho de información son indiscutibles y están recogidos en los textos constitucionales. Lo que estos derechos protegen es la información de interés general, pero no otras modalidades de comunicación que vulneran la intimidad de las personas".

Todas las personas tienen derecho a que no se vulnere su espacio íntimo. Les ampara la ley. Otra cosa es que determinadas personas acepten que su vida privada se convierta en un producto más de consumo, e incluso reciban dinero por ello. Pero habrá que respetar a quien desee mantenerse al margen de este espectáculo.

viernes, marzo 02, 2007

Los niños de Ramadi


Es posible que sólo pensaran en divertirse. Seguramente no sabían por qué su patria arde en llamas, y sus padres se ahogan en el odio. Quizá aún no habían aprendido las diferencias entre suníes y chiíes, y no lo harán. Ya no podrán ir a la escuela. La infamia les arrebató la vida demasiado pronto.

Jugaban al balón en medio del infierno, y la guadaña cayó sobre su inocencia. Mañana ya nadie llorará por ellos, nadie arropará el dolor de esas madres. La rueda del mundo debe seguir avanzando, y ellos se perderán en la bruma de una guerra más. Sólo unas cuantas víctimas que añadir a una lista engordada cada día, tan amplia que ya se hace normal.

Una vez más vuelven a pagar los platos rotos que ellos nunca rompieron. Esta vez fue en Ramadi, pero pudiera haber sido en cualquier lugar de Irak o Palestina. En su día fue en los Balcanes, y siempre en África. Mientras tanto, los mayores se entretienen inventando guerras y acomodándose en estériles conferencias de paz. Pero tras el bonito telón de las promesas, unos y otros siguen rumiando la codicia y el engaño. Da igual, siempre morirán los mismos. No hay ningún peligro en remover las pasiones desde el sillón, donde no estallan las bombas. Maldita sea, si ellos recogieran los cadáveres.

lunes, enero 22, 2007

El precio de la cobardía


Están engañando a la sociedad quienes buscan detrás de este profundo paso de Euskadi Ta Askatasuna la “normalización”, la consolidación del marco actual y una paz sin que nada cambie. Eso será tan falso como que el problema de Euskal Herria es que ETA hace frente al enemigo a través de la lucha armada.

Fueron palabras del comunicado del 16 de septiembre de 1998, a través del cual la banda terrorista anunciaba una tregua indefinida. Muchos creíamos que ETA había rebajado sus pretensiones desde entonces, fruto de los constantes golpes policiales y el cada vez menor beneplácito del conjunto de la sociedad vasca. Desde luego, el lenguaje empleado en la declaración del alto al fuego permanente del pasado mes de marzo, daba espacio para la esperanza y el convencimiento de que algo estaba cambiando. En esta ocasión, el tono era distinto, parecía que los terroristas estaban dispuestos incluso a ceder un palmo en sus pretensiones: “ETA muestra su deseo y voluntad de que el proceso abierto llegue hasta el final, y así conseguir una verdadera situación democrática para Euskal Herria, superando el conflicto de largos años y construyendo una paz basada en la justicia. Nos reafirmamos en el compromiso de seguir dando pasos en el futuro acordes a esa voluntad. La superación del conflicto, aquí y ahora, es posible. Ese es el deseo y la voluntad de ETA”.

Pero, ¿cómo fiarse de la mano tendida por un encapuchado? Una vez más, ETA ha vuelto a romper toda ilusión, y a demostrar lo que son: terroristas. Pero ni tú, ni yo, ni el ministro Rubalcaba, esperábamos el atentado de Barajas. Porque ya nos habíamos acostumbrado a la ausencia de la violencia etarra. Hay quien incluso había guardado sus bombas y sus pistolas en el baúl de los malos recuerdos. Y creo que todavía la sociedad española aún no ha asimilado lo ocurrido el 30 de diciembre. Aún no nos creemos que hayan vuelto a matar.

La explosión en la T-4 pone de nuevo sobre el tapete la dificultad que encierra la negociación con los etarras. La coyuntura política del País Vasco se torna en un auténtico laberinto en el que, cada tregua rota, más alejada parece estar la salida. La vía del diálogo se diluye con cada decepción, porque ETA, al contrario de lo que muchos pensábamos, no ha cambiado su mentalidad. No ha cambiado desde el 98, porque no piensan dejar en bandeja el dulce de la paz “sin que nada cambie”.

Ese es el verdadero significado del último atentado. La banda terrorista ha lanzado un claro mensaje al Gobierno: “Estamos aquí, aún podemos hacer mucho daño, y no nos vamos a rendir hasta que no nos deis lo que queremos”. El anuncio posterior de que el alto al fuego aún sigue vigente es, además de una broma de poco gusto, una manera de presionar a las autoridades españolas, de advertirles que no están cumpliendo con su parte, al mismo tiempo que demuestra tener aún una sobrada capacidad operativa.

Pero el Gobierno debe mantenerse firme, y no caer en la lógica irracional de los terroristas. Por un motivo muy simple, a la vez que de vital importancia. Darle a ETA sin más lo que pide (ni siquiera una parte), sin atravesar primero por un imprescindible proceso político, es firmar una rendición, reconocer que, por el camino de la violencia y el terror, los propósitos son alcanzables en un Estado de Derecho. Sudor y sangre, mucha sangre, ha costado llegar en España al punto de convivencia democrática en que nos encontramos, para que un grupo terrorista nos haga hipotecar nuestros logros. Es así de sencillo, y así de fundamental.

Sí al diálogo, claro, pero no a las concesiones. Establecido ya ese límite (el que algunos, interesadamente, no quieren ver), cabe ahora hablar de soluciones. Yo he defendido abiertamente el proceso de negociación que abrió el Gobierno tras el anuncio de tregua del pasado marzo. Pensaba que las condiciones eran idóneas para comenzar a ver la luz al final del túnel. Pero también me han dado un puñetazo en la cara los terroristas. Este atentado debe tomarse como una señal inequívoca, que sería un error ignorar: debemos cambiar el rumbo. Se ha intentado muchas veces, y siempre se obtuvo el fracaso por respuesta. Yo, al menos, ya me he dado cuenta de que, en las presentes circunstancias, no se puede negociar con ETA, al menos si lo que se busca es su disolución.

Entonces, ¿dónde está la solución, sólo en la vía policial? Bueno, no podemos descartar esa salida. Pero parémonos a pensar un momento: ¿cuántos años deben pasar para que las Fuerzas de Seguridad consigan terminar con ETA y todo su entramado? Incluso con el apoyo decidido de Francia, el asunto se presenta largo, muy largo. Los que hoy queman autobuses, mañana empuñarán la pistola y colocarán el explosivo. Esto, que puede parecer una obviedad, conviene recordarlo, porque se olvida una y otra vez. No podemos confiar en que las esposas y los tribunales vayan a contener a la fiera. Ya hemos visto cómo respetan a los jueces. A patadas y a insultos. ¿Por qué? Porque no estamos ante un delito común, que quepa subsanarse en la cárcel. Ellos se sienten al margen de la ley. Es más, la desprecian. Este mal no se va a ahogar tras las rejas, porque siempre va a poder regenerarse. La “kale borroka” espera impaciente su turno.

Debemos dejar de mirar para otro lado: la única solución está en la izquierda abertzale. Todos lo sabemos, pero nadie quiere decirlo. Ellos, por más que nos pese, tienen la llave maestra. Sólo ellos conocen verdaderamente en qué camino se halla ETA y a dónde pretende ir. No podemos celebrar con champán su marginación política, más si cabe cuando su base social es amplia. La Ley de Partidos es un paso necesario, pero momentáneo, hasta que cumplan las reglas del juego. ETA acabará por desaparecer, estoy seguro, pero sólo será cuando Batasuna decida retirarse de este callejón sin salida, y tenga la valentía suficiente para rechazar la violencia y despertar de su cruel fantasía. Nos hemos equivocado hasta ahora, creyendo que el secreto estaba en la cúspide del terror, cuando está inscrito en la columna que la sostiene. Ya nunca más debemos creer a ETA mientras su raíz no nos demuestre que está diciendo la verdad.

Me temo que debemos esperar a que el sector radical de la izquierda abertzale mueva ficha. El día tendrá que llegar, porque el rincón será cada vez más pequeño, y más oscuro. Es lícito desear la independencia del País Vasco, claro que sí, y otras tantas cosas. Pero la lucha armada dejó de tener sentido para esta causa, si es que alguna vez la tuvo, y ellos son quienes mejor lo saben. Existen otros caminos abiertos, donde las ideas se defienden con palabras. Mientras tanto, su cobardía se ha cobrado dos nuevas vidas: la de Carlos Alonso Palate y la de Diego Armando Estacio.

domingo, diciembre 03, 2006

La foto

Antes de nada, me gustaría excusarme por no haber escrito en todo este tiempo (perdona, Francis). Por una cosa o por otra, he estado bastante ocupado, principalmente por cosas de la Facultad, que me tienen agobiado. No rindo lo que yo quisiera, pero bueno, serán rachas, eso espero. A ver si tienes razón, Jose, compañero de nado y de tantas otras cosas (escribe, estoy atento). Como peces en el agua, qué variedad de estilos (a saber: modo “a jierro” y estilo braza).

Hoy tengo muchísimas ganas de opinar sobre eso que llaman el “proceso de paz”. Parece que la llama de la esperanza se va apagando, y todo lo que era ilusión en un principio es ahora desengaño. Pero no, este asunto va a tener que esperar de momento. Y es que hay una foto que me afecta más de cerca: la de la orla.

Sí, hace dos semanas nos hicimos la fotografía, en la que, por cierto, me dejé finalmente el pelo suelto, a pesar de las dudas iniciales. Así ya tendré un recuerdo y una muestra fiable de que el tito Antonio tuvo en su día las greñas. Que tiene su tarea. Pero bueno, no vayamos a entrar ahora en un discurso capilar. Lo que ocurre es que ese momento, el verme ahí, con la camisa y la banda, me produjo un sinfín de emociones. La confirmación de que esto se acaba.

Pocos saben realmente cuánto me costó abrir la puerta. Entre ellos tú, Mike. Siento lo de aquellos tristes días. Arrimaste el hombro, como un amigo de verdad. Sabes que te lo agradezco. Y mira, conseguí ver la luz, pude salir de un túnel que yo mismo me había construido, envuelto en el miedo. Fue un camino pedregoso. Ya me lo decían, “un día te reirás de esto”. Tenían razón. Me siento orgulloso al mirar atrás, como todo aquel que comprueba los resultados de un trabajo bien hecho. La vida reserva lecciones que sólo se aprenden a base de golpes.

Sin esperarlo, desembarqué en la residencia, desde donde actualmente escribo. Una mañana de lunes recibí la llamada, y a las pocas horas entré en este pequeño pueblo, donde las historias se cuentan por mil. La verdad es que he llegado a lamentar no haber pasado más tiempo aquí. Pocas veces me quedé teniendo la posibilidad de marchar a Córdoba. Pero la indiferencia pasó a convertirse en apego, y hoy ya me siento bien aquí. Quizá demasiado tarde. Tanta gente diferente enriquece. Me llevaré mucho, estoy seguro. Y lo echaré de menos, claro que sí.

Cómo pasa el tiempo. Parece que fue ayer cuando terminaba la Selectividad y marcaba mi destino en aquellos papeles. Más de tres años han pasado. Mi estancia en Málaga me ha ayudado a formarme como persona. Son muchas las enseñanzas, algunas de las cuales ni siquiera sabría nombrar. Pero están ahí, lo se, dentro de mi. Un Antonio bien diferente del que saldrá entró. Entre las paredes de la Facultad he podido conocer a personas muy interesantes (inclúyete, Francis), cada una de las cuales me ha aportado lo suyo. No me olvidaré fácilmente de ellas, ni quiero. Ojalá la distancia no mate al contacto. ¡Cuántas horas en esa cafetería!

Vaya, estoy hablando del pasado, cuando aún queda cuerda. Su fin está cerca, pero este cuento todavía no ha terminado. La moraleja no se ha escrito del todo…

jueves, noviembre 16, 2006

Un error pasajero

¿Cuántas veces hemos deseado volver atrás en el tiempo? Sensación extraña, y muy humana a la vez. Nos arrepentimos de lo hecho, y en otras tantas ocasiones, aún peor, de lo no hecho. Recuerdo ahora la película El efecto mariposa (recomendable, por cierto). Sí, toda nuestra vida está compuesta de pequeñas decisiones, algunas tan insignificantes a primera vista.

Bueno, te estarás preguntando a qué viene esto. Mira, es que en los últimos días mi cabeza casi revienta. Como de costumbre, de tanto pensar. Y como casi siempre, para mal. Me he llegado a sentir estúpido, y te aseguro que no es nada agradable. He cometido el error de cavilar: ¿y si lo hubiera hecho? Lo más preocupante, esto entre tú y yo: he desarrollado y llevado a límites insospechados mi capacidad para hablar sólo. Joder, ¡menudos discursos! Si tienes el mismo problema, me gustaría que charlaras conmigo de ello. “Antonio, que eres tonto”, “pero mira que estaba claro”. Y otras cosas peores, que no vamos a reproducir. Converso conmigo mismo, y a viva voz, ¡qué profundo!

Ya estoy mezclando cosas. En fin, deberás acostumbrarte si pretendes seguir leyendo estas locuras que te cuento. Creo que he logrado alcanzar una conclusión: estrujarte el cerebro con lo que pudiste hacer o no hacer en tiempos pretéritos es una solemne tontería. Principalmente porque ya no podemos hacer nada por cambiar el pasado, a no ser que el profesor Bacterio nos confíe su fórmula. Ya se que es muy fácil decirlo, pero de verdad, piénsalo un instante, es absurdo.

Todo se ve mucho más claro cuando ya ha pasado el tiempo, y la niebla se ha desvanecido. Pero entonces no era tan evidente. Por aquellos días bailaba con la duda, y creía no pisar un terreno tan seguro como otros decían que era, sin pisarlo, claro está. He de reconocerlo, me he dado cabezazos contra la pared. Pero ahora estoy convencido de que no debo arrepentirme de nada, y menos culparme. Si fue por cobardía o por inseguridad, qué mas da. Lo no hecho, no hecho está. Resulta estúpido anclarse en el pasado, olvidando las oportunidades del presente. Y cómo me he agobiado, y cómo me he sentido. Tengo que tranquilizarme, y lo conseguiré: este tren sí pasa dos veces.

Si fue un error, en el baúl de los recuerdos quedará.

martes, octubre 31, 2006

Conciencia I

Hoy brilla la luz más. Pero no dejes que te ciegue. Más importante que levantarse feliz, es acostarse satisfecho. Ya sabes que subir cuesta arriba y llegar a la meta satisface más que caer como un canto rodado. Siempre te pasa igual, tus miedos no te dejan vivir, dar de lo máximo de ti, lo que tú y yo sabemos que eres capaz de ofrecer a los demás. No seas egoísta, luego no pretendas recibir aquello que tú no otorgas. Sé que amar resulta muy difícil. Sí, estoy hablando de amor. La mayoría de la gente cree que lo siente al mínimo latir del corazón. No, amigo, sólo escucha por respeto a quienes intenten convencerte de que no existe. Únicamente mira en tu interior. Verás que continuamente hay algo ahí que te llama.

Amor no es atracción. No lo subestimes, siempre engañándote. Me río contigo, no de ti. ¿Alguna vez has visto al río unirse a su mar? Eso es amor. Es la dulce acaricia de un niño, su sonrisa. Quien te habla es consciente de lo que piensas, pero también de lo que sientes. No, no son la misma cosa. Quizá, no, seguro que tienes mucho que aprender. Olvida el tópico. La vida no es mitad cerebro, mitad corazón. Más bien al sentimiento hay que untarle una pizca de razón. Ahí tienes un secreto, para que luego digas que no te quiero, y que sólo te hablo para molestarte. Qué paciencia tengo contigo.

Veamos, ¿es que nunca lo has dado todo en un abrazo? Ayer, ¿no te acuerdas ya?, maldita memoria. Ese brindis no fue casualidad, y lo sabes. No quieres, necesitas a esa persona. Cuida bien a tu amigo. No, que no, no me refiero al conocido, al que sólo está para cuando no hay nubes en el cielo. Mima al que soporta la borrasca contigo, al compañero de fatigas y desamores, al que comparte tus risas y tus lágrimas. A ése me refería. Siempre confundiéndote. No temas, aún eres joven, y debes disfrutar de la inexperiencia, bendita sea. A golpes se forja el alma. Lo siento, yo no tengo la culpa. Siempre puedes contar conmigo, estoy aquí para ayudarte. Es mi misión. Hasta mañana, estoy cansada.

viernes, octubre 27, 2006

Presente en mí

Te recuerdo vagamente, sentado, con las piernas cruzadas, devorando el crucigrama de un periódico fielmente revisado. El pelo canoso, y la mirada tranquila, propia de quien descansa de un largo camino. Imagen solitaria, que de un tiempo a esta parte con insistencia vuelve a mí.

Tu hija me ha hablado mucho de ti. Palabras amorosas, llenas de cariño, y también de una entrañable admiración. Te presentas como una figura lejana, misteriosa. Realmente, no llegué a conocerte. Lo lamento. Sabes que ver no es conocer. De tu persona sólo he conservado un vestigio borroso, pobre en detalles. Porque era yo aún un crío cuando tú marchaste para ya no poder volver.

Ella me cuenta con añoranza tus gestos, llenos de franqueza. Que elegiste la senda de la sinceridad, tan difícil de tomar. Tocaron tiempos difíciles por vivir. Fuiste un testigo tristemente privilegiado de aquella orgía de odio, de aquella guerra fraticida. Un infierno que estuvo a punto de acabar con tu vida, al filo de la muerte estuviste.

Sobreviviste, y como tantos otros te viste obligado a callar durante demasiado tiempo. Pero nunca pretendiste inculcar a tus hijos ninguna idea política: preferiste que anduvieran ellos su propio camino. No quisiste encerrarles con tu experiencia. Únicamente un consejo: que supieran valorar su libertad.

Ella me confía que, en un mundo muy complicado, jamás abandonaste tu deseo de aprender. Hoy, cuando me observa con un libro entre manos, no tarda en decirme: “cómo me recuerdas a él”. Cuántas veces he escuchado esa frase al hablar con ella. Y debo confesarte que me sonrío y me siento orgulloso. Me hace sentir más unido a ti.

No sabes, abuelo, cuánto me gustaría sentarme a charlar contigo, a sabiendas de que no es posible. Es emocionante tanto afecto por alguien que apenas conocí. Sí, me encantaría contarte un montón de cosas, compartir un sinfín de inquietudes. Ojalá pudiera escucharte, y saber más de ti. ¿Cómo fue tu vida?