viernes, marzo 02, 2007

Los niños de Ramadi


Es posible que sólo pensaran en divertirse. Seguramente no sabían por qué su patria arde en llamas, y sus padres se ahogan en el odio. Quizá aún no habían aprendido las diferencias entre suníes y chiíes, y no lo harán. Ya no podrán ir a la escuela. La infamia les arrebató la vida demasiado pronto.

Jugaban al balón en medio del infierno, y la guadaña cayó sobre su inocencia. Mañana ya nadie llorará por ellos, nadie arropará el dolor de esas madres. La rueda del mundo debe seguir avanzando, y ellos se perderán en la bruma de una guerra más. Sólo unas cuantas víctimas que añadir a una lista engordada cada día, tan amplia que ya se hace normal.

Una vez más vuelven a pagar los platos rotos que ellos nunca rompieron. Esta vez fue en Ramadi, pero pudiera haber sido en cualquier lugar de Irak o Palestina. En su día fue en los Balcanes, y siempre en África. Mientras tanto, los mayores se entretienen inventando guerras y acomodándose en estériles conferencias de paz. Pero tras el bonito telón de las promesas, unos y otros siguen rumiando la codicia y el engaño. Da igual, siempre morirán los mismos. No hay ningún peligro en remover las pasiones desde el sillón, donde no estallan las bombas. Maldita sea, si ellos recogieran los cadáveres.