domingo, diciembre 03, 2006

La foto

Antes de nada, me gustaría excusarme por no haber escrito en todo este tiempo (perdona, Francis). Por una cosa o por otra, he estado bastante ocupado, principalmente por cosas de la Facultad, que me tienen agobiado. No rindo lo que yo quisiera, pero bueno, serán rachas, eso espero. A ver si tienes razón, Jose, compañero de nado y de tantas otras cosas (escribe, estoy atento). Como peces en el agua, qué variedad de estilos (a saber: modo “a jierro” y estilo braza).

Hoy tengo muchísimas ganas de opinar sobre eso que llaman el “proceso de paz”. Parece que la llama de la esperanza se va apagando, y todo lo que era ilusión en un principio es ahora desengaño. Pero no, este asunto va a tener que esperar de momento. Y es que hay una foto que me afecta más de cerca: la de la orla.

Sí, hace dos semanas nos hicimos la fotografía, en la que, por cierto, me dejé finalmente el pelo suelto, a pesar de las dudas iniciales. Así ya tendré un recuerdo y una muestra fiable de que el tito Antonio tuvo en su día las greñas. Que tiene su tarea. Pero bueno, no vayamos a entrar ahora en un discurso capilar. Lo que ocurre es que ese momento, el verme ahí, con la camisa y la banda, me produjo un sinfín de emociones. La confirmación de que esto se acaba.

Pocos saben realmente cuánto me costó abrir la puerta. Entre ellos tú, Mike. Siento lo de aquellos tristes días. Arrimaste el hombro, como un amigo de verdad. Sabes que te lo agradezco. Y mira, conseguí ver la luz, pude salir de un túnel que yo mismo me había construido, envuelto en el miedo. Fue un camino pedregoso. Ya me lo decían, “un día te reirás de esto”. Tenían razón. Me siento orgulloso al mirar atrás, como todo aquel que comprueba los resultados de un trabajo bien hecho. La vida reserva lecciones que sólo se aprenden a base de golpes.

Sin esperarlo, desembarqué en la residencia, desde donde actualmente escribo. Una mañana de lunes recibí la llamada, y a las pocas horas entré en este pequeño pueblo, donde las historias se cuentan por mil. La verdad es que he llegado a lamentar no haber pasado más tiempo aquí. Pocas veces me quedé teniendo la posibilidad de marchar a Córdoba. Pero la indiferencia pasó a convertirse en apego, y hoy ya me siento bien aquí. Quizá demasiado tarde. Tanta gente diferente enriquece. Me llevaré mucho, estoy seguro. Y lo echaré de menos, claro que sí.

Cómo pasa el tiempo. Parece que fue ayer cuando terminaba la Selectividad y marcaba mi destino en aquellos papeles. Más de tres años han pasado. Mi estancia en Málaga me ha ayudado a formarme como persona. Son muchas las enseñanzas, algunas de las cuales ni siquiera sabría nombrar. Pero están ahí, lo se, dentro de mi. Un Antonio bien diferente del que saldrá entró. Entre las paredes de la Facultad he podido conocer a personas muy interesantes (inclúyete, Francis), cada una de las cuales me ha aportado lo suyo. No me olvidaré fácilmente de ellas, ni quiero. Ojalá la distancia no mate al contacto. ¡Cuántas horas en esa cafetería!

Vaya, estoy hablando del pasado, cuando aún queda cuerda. Su fin está cerca, pero este cuento todavía no ha terminado. La moraleja no se ha escrito del todo…