lunes, enero 22, 2007

El precio de la cobardía


Están engañando a la sociedad quienes buscan detrás de este profundo paso de Euskadi Ta Askatasuna la “normalización”, la consolidación del marco actual y una paz sin que nada cambie. Eso será tan falso como que el problema de Euskal Herria es que ETA hace frente al enemigo a través de la lucha armada.

Fueron palabras del comunicado del 16 de septiembre de 1998, a través del cual la banda terrorista anunciaba una tregua indefinida. Muchos creíamos que ETA había rebajado sus pretensiones desde entonces, fruto de los constantes golpes policiales y el cada vez menor beneplácito del conjunto de la sociedad vasca. Desde luego, el lenguaje empleado en la declaración del alto al fuego permanente del pasado mes de marzo, daba espacio para la esperanza y el convencimiento de que algo estaba cambiando. En esta ocasión, el tono era distinto, parecía que los terroristas estaban dispuestos incluso a ceder un palmo en sus pretensiones: “ETA muestra su deseo y voluntad de que el proceso abierto llegue hasta el final, y así conseguir una verdadera situación democrática para Euskal Herria, superando el conflicto de largos años y construyendo una paz basada en la justicia. Nos reafirmamos en el compromiso de seguir dando pasos en el futuro acordes a esa voluntad. La superación del conflicto, aquí y ahora, es posible. Ese es el deseo y la voluntad de ETA”.

Pero, ¿cómo fiarse de la mano tendida por un encapuchado? Una vez más, ETA ha vuelto a romper toda ilusión, y a demostrar lo que son: terroristas. Pero ni tú, ni yo, ni el ministro Rubalcaba, esperábamos el atentado de Barajas. Porque ya nos habíamos acostumbrado a la ausencia de la violencia etarra. Hay quien incluso había guardado sus bombas y sus pistolas en el baúl de los malos recuerdos. Y creo que todavía la sociedad española aún no ha asimilado lo ocurrido el 30 de diciembre. Aún no nos creemos que hayan vuelto a matar.

La explosión en la T-4 pone de nuevo sobre el tapete la dificultad que encierra la negociación con los etarras. La coyuntura política del País Vasco se torna en un auténtico laberinto en el que, cada tregua rota, más alejada parece estar la salida. La vía del diálogo se diluye con cada decepción, porque ETA, al contrario de lo que muchos pensábamos, no ha cambiado su mentalidad. No ha cambiado desde el 98, porque no piensan dejar en bandeja el dulce de la paz “sin que nada cambie”.

Ese es el verdadero significado del último atentado. La banda terrorista ha lanzado un claro mensaje al Gobierno: “Estamos aquí, aún podemos hacer mucho daño, y no nos vamos a rendir hasta que no nos deis lo que queremos”. El anuncio posterior de que el alto al fuego aún sigue vigente es, además de una broma de poco gusto, una manera de presionar a las autoridades españolas, de advertirles que no están cumpliendo con su parte, al mismo tiempo que demuestra tener aún una sobrada capacidad operativa.

Pero el Gobierno debe mantenerse firme, y no caer en la lógica irracional de los terroristas. Por un motivo muy simple, a la vez que de vital importancia. Darle a ETA sin más lo que pide (ni siquiera una parte), sin atravesar primero por un imprescindible proceso político, es firmar una rendición, reconocer que, por el camino de la violencia y el terror, los propósitos son alcanzables en un Estado de Derecho. Sudor y sangre, mucha sangre, ha costado llegar en España al punto de convivencia democrática en que nos encontramos, para que un grupo terrorista nos haga hipotecar nuestros logros. Es así de sencillo, y así de fundamental.

Sí al diálogo, claro, pero no a las concesiones. Establecido ya ese límite (el que algunos, interesadamente, no quieren ver), cabe ahora hablar de soluciones. Yo he defendido abiertamente el proceso de negociación que abrió el Gobierno tras el anuncio de tregua del pasado marzo. Pensaba que las condiciones eran idóneas para comenzar a ver la luz al final del túnel. Pero también me han dado un puñetazo en la cara los terroristas. Este atentado debe tomarse como una señal inequívoca, que sería un error ignorar: debemos cambiar el rumbo. Se ha intentado muchas veces, y siempre se obtuvo el fracaso por respuesta. Yo, al menos, ya me he dado cuenta de que, en las presentes circunstancias, no se puede negociar con ETA, al menos si lo que se busca es su disolución.

Entonces, ¿dónde está la solución, sólo en la vía policial? Bueno, no podemos descartar esa salida. Pero parémonos a pensar un momento: ¿cuántos años deben pasar para que las Fuerzas de Seguridad consigan terminar con ETA y todo su entramado? Incluso con el apoyo decidido de Francia, el asunto se presenta largo, muy largo. Los que hoy queman autobuses, mañana empuñarán la pistola y colocarán el explosivo. Esto, que puede parecer una obviedad, conviene recordarlo, porque se olvida una y otra vez. No podemos confiar en que las esposas y los tribunales vayan a contener a la fiera. Ya hemos visto cómo respetan a los jueces. A patadas y a insultos. ¿Por qué? Porque no estamos ante un delito común, que quepa subsanarse en la cárcel. Ellos se sienten al margen de la ley. Es más, la desprecian. Este mal no se va a ahogar tras las rejas, porque siempre va a poder regenerarse. La “kale borroka” espera impaciente su turno.

Debemos dejar de mirar para otro lado: la única solución está en la izquierda abertzale. Todos lo sabemos, pero nadie quiere decirlo. Ellos, por más que nos pese, tienen la llave maestra. Sólo ellos conocen verdaderamente en qué camino se halla ETA y a dónde pretende ir. No podemos celebrar con champán su marginación política, más si cabe cuando su base social es amplia. La Ley de Partidos es un paso necesario, pero momentáneo, hasta que cumplan las reglas del juego. ETA acabará por desaparecer, estoy seguro, pero sólo será cuando Batasuna decida retirarse de este callejón sin salida, y tenga la valentía suficiente para rechazar la violencia y despertar de su cruel fantasía. Nos hemos equivocado hasta ahora, creyendo que el secreto estaba en la cúspide del terror, cuando está inscrito en la columna que la sostiene. Ya nunca más debemos creer a ETA mientras su raíz no nos demuestre que está diciendo la verdad.

Me temo que debemos esperar a que el sector radical de la izquierda abertzale mueva ficha. El día tendrá que llegar, porque el rincón será cada vez más pequeño, y más oscuro. Es lícito desear la independencia del País Vasco, claro que sí, y otras tantas cosas. Pero la lucha armada dejó de tener sentido para esta causa, si es que alguna vez la tuvo, y ellos son quienes mejor lo saben. Existen otros caminos abiertos, donde las ideas se defienden con palabras. Mientras tanto, su cobardía se ha cobrado dos nuevas vidas: la de Carlos Alonso Palate y la de Diego Armando Estacio.